A todos nos pasan cosas y cuando estas cosas suceden, reaccionamos, tienen un efecto en nosotros. A medida que nos vamos haciendo más sensibles y vamos desarrollando nuestra conciencia, no somos indiferentes frente a los acontecimientos que nos afectan no solo externamente, sino que internamente también.
Dios dice en el Koran (Surah Baqara 2:286): no los probaré más allá de lo que puedan soportar. Este ayat tiene varias implicancias. Primero, que sin duda vamos a enfrentarnos a pruebas. Esto lo vivimos todos los días. Segundo, Dios nos hace una promesa, que no nos probará más allá de lo que podemos tolerar y para ello necesariamente nos tiene que haber dado las herramientas para lograrlo.
Antes que nada, tenemos que definir la línea entre lo tolerable y lo intolerable. ¿Lo intolerable es la depresión, la locura o el suicidio o hay manifestaciones menos dramáticas? Como decía Bawa Muhaiyyadin, en un comienzo Dios le dio paz a las almas, pero se olvidaron de esa paz cuando descendieron a este mundo. Digamos entonces que lo tolerable es el estado de paz y cualquier hecho que nos saque de ese estado de paz interna pasa la línea de lo tolerable. Desde el momento que un hecho me causa ansiedad, angustia o ira, aunque sea en grado mínimo, cruza la línea de lo tolerable toda vez que nos saca de nuestro estado de paz interior y nos provoca una reacción negativa, indeseable, nos hace sufrir. La búsqueda de la paz interna solo la podemos encontrar si salimos de nuestra cueva de roca dura que todos tenemos dentro, es decir, si nos salimos de nuestro miedo, egoísmo y arrogancia.
Definido entonces lo que es intolerable, ¿cuáles son las herramientas que tenemos para no pasar la línea de lo tolerable? Estas herramientas son capacidades que los seres humanos hemos recibido, que no la tiene ninguna otra criatura en este mundo: la conciencia, la paciencia y la fe.
Primero, con respecto a la conciencia, tenemos la capacidad de entender y de discernir a través del intelecto y de una sensibilidad profunda que incluye también los sentimientos. Esto nos permite ver los signos de Dios, nos permite ver la manifestación de Sus atributos. En la medida que ejercitamos este intelecto y afinamos esa sensibilidad interior, vamos desarrollando la capacidad de entender mejor lo que nos pasa. Esto es lo mismo que cuando ejercitamos nuestros músculos en el gimnasio. Mientras más nos ejercitamos, más tonificado está nuestro cuerpo. Con el intelecto y los sentimientos sucede lo mismo: mientras más usamos nuestro intelecto y cultivamos nuestra sensibilidad, mayor es nuestra capacidad de entender y discernir. Pero, desgraciadamente, tendemos a dormirnos y no usamos la capacidad de estar conscientes de lo que nos pasa a nosotros y a nuestro entorno.
Dormirse equivale a estar inconsciente de la realidad. No queremos hacer el esfuerzo de entender por varias razones. Primero, porque muchas veces no nos gusta lo que vemos, nos duele y lo rechazamos o lo negamos. En ocasiones, nos dejamos estar, somos flojos, no queremos hacer el esfuerzo y preferimos evadirnos en entretención banal, en el uso de sustancias que alteran nuestra conciencia, o bien nos dejamos dominar por nuestras pasiones, que nublan nuestra capacidad para usar el intelecto. Sin embargo, cuando los sentimientos y pasiones se integran de manera consciente, también pueden enriquecer nuestra comprensión.
Quizás una de las principales razones de nuestra inconsciencia, de no ser capaces de ver la realidad, es que tenemos el concepto errado de que la felicidad es función de obtener lo que queremos. Nuestra existencia está basada en el logro de metas, en el cumplimiento de expectativas. Vivimos bajo la imposición de una cultura exitista basada en que tenemos capacidad ilimitada para obtener lo que queremos, que todo depende de nosotros, dejando a veces de lado consideraciones morales. La vida, sin embargo, nos muestra una y otra vez que, a pesar de nuestro esfuerzo y capacidad, no siempre obtenemos lo que queremos, lo que nos lleva a un estado de frustración, angustia, ira, etc. Es decir, salimos del campo de lo tolerable y somos infelices. Qué lejos estamos de un estado de paz interior cuando ponemos toda nuestra energía en tratar de obtener lo que queremos.
Por la razón que sea, la peor desgracia que le puede ocurrir a un ser humano es que la vida se le pase sin tomar conciencia.
Con respecto a la paciencia, la segunda herramienta para no cruzar la línea de lo tolerable, Dios dice en varios ayats en el Koran que Él está con aquellos que son pacientes frente a la adversidad. Es uno de los atributos divinos más importantes. Le da tanta importancia que se dice que la mitad de la religión es la paciencia. La paciencia es la virtud que nos permite soportar la insatisfacción, la ansiedad o el sufrimiento que experimentamos antes de que las cosas sucedan. Ser paciente es mucho más que aguantar: se requiere fortaleza para aceptar con serenidad las situaciones difíciles. Nos lleva a vivir el presente ya que no sabemos cuándo va a ocurrir aquello que esperamos que suceda. Esta virtud es especialmente necesaria frente a un mundo en donde buscamos la inmediatez y nos molesta la espera. El ejemplo que mejor ilumina esta virtud es el profeta Job, quien, a pesar de haber perdido su riqueza material, su familia y su salud, se mantiene imperturbable frente a la adversidad.
Y por último, y no por eso menos importante, con respecto a la fe, Dios dice en el Koran que nosotros no sabemos lo que es bueno para nosotros; solo Él sabe lo que es bueno para nosotros. Esta afirmación tan importante también tiene implicancias. Primero, que nosotros, simples mortales, debemos someternos a lo que Él decida, ya que solo Él sabe lo que es bueno para nosotros. Segundo, esto implica dar un salto tremendo: creer sin duda alguna que estamos en manos de un Dios que nos ama infinitamente y que quiere lo mejor para su creación. Nosotros, entonces, ponemos la intención y hacemos nuestro mejor esfuerzo, pero el resultado se lo dejamos a Él.
La promesa de Dios, entonces, de que no nos probará más allá de lo que podemos soportar, solo se cumple en la medida que seamos conscientes de lo que nos está pasando y lo que tenemos que hacer, que tengamos paciencia frente a la adversidad y que tengamos la fe de que estamos frente a un Dios amoroso que nos cuida y quiere lo mejor para nosotros. Solo entonces aprenderemos a vivir en paz y armonía. En vez de buscar desesperadamente hacer lo que queremos y aferrarnos a expectativas, es mejor poner nuestro mejor esfuerzo en hacer lo que creemos que es correcto y aceptar lo que nos pase, sin aferrarnos al resultado esperado.
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