El ser humano es la única criatura consciente de su existencia. Los animales son conscientes de su entorno, pero no de ellos mismos. Esta cualidad única nos lleva a preguntarnos entonces sobre nuestro origen, para que estamos en este mundo, preguntarnos sobre la muerte y lo que sucede después de la muerte.
La muerte es un tema que está presente en nuestras vidas y queremos entenderla mejor, pero con cierto resquemor. Es un tema que muchas veces preferimos evitar ya sea porque tememos a lo desconocido, o porque la negamos, aun cuando la vemos todos los días, o porque asociamos la muerte con pena y sufrimiento.
¿Pero qué parte de nosotros teme la muerte? Ya sabemos que el ser humano tiene una parte material en donde habita el ego, y una parte espiritual, que es el alma. La parte material es la parte del ser humano que vive apegada al mundo y, al ser temporal, va a desaparecer algún día. Entonces, quien teme hablar de la muerte es el ego, y mientras más apegado estemos al mundo, más temor nos da. Al alma en cambio no muere, es eterna y añora volver a su origen.
La vida nos muestra una y otra vez que el cuerpo físico no es eterno, nace, vive y muere en este mundo y queremos saber que pasa después de la vida en este mundo. Queremos conectarnos con lo permanente. Las religiones nos enseñan no solo a vivir bien la vida en este plano, sino que además nos enseña a estar conscientes de la muerte y a prepararnos para este hecho difícil e inevitable.
Vivir conscientes de la muerte es una bendición ya que nos ayuda a prepararnos para la próxima vida. Si no nos diéramos cuenta viviríamos esta vida sin ningún sentido de trascendencia, como los animales, y no podríamos entender el verdadero sentido de nuestras vidas que es acercarnos a nuestro creador.
El cuerpo físico muere, de eso no hay duda, pero el alma es eterna. Existía antes de venir a este mundo, se encarna en un cuerpo físico durante su permanencia en este mundo, abandona el cuerpo cuando muere y continuará viviendo para siempre en otro estado. La vida es un continuo y el que deja este mundo solo cambia de estado. La muerte, cuando nos toca directamente con la muerte de alguien cercano, es una sacudida mayor que nos provoca mucho dolor y pena, pero si profundizamos en este hecho fundamental e inevitable podemos aprender a aceptarla, no como algo malo, sino que abrazarla y aprender con ella.
La pérdida de un ser querido nos puede dejar una sensación de impotencia e injusticia, una sensación de vacío, de no entender nada. El dolor nos invade, pero a medida que vivimos esta pena nos preguntamos que es realmente lo que hemos perdido. Sin duda que hemos perdido la presencia física de la persona, lo que nuestros sentidos perciben: dejamos de verla, oírla, abrazarla, olerla, pero podemos recordarla, como recordamos a alguien cuando está de viaje.
Nadie ni nada nos puede quitar la experiencia de haber compartido nuestra vida con esa persona. Si bien hemos perdido su presencia física, podemos contactarnos con ella a través de los sueños, nuestros sentimientos, nuestra memoria, y así transformar su ausencia física en otra forma de presencia. En el fondo de la pena nos damos cuenta de que la relación profunda y amorosa con esa persona va más allá de la presencia física.
Lo que nos duele es que ya no está en el plano físico, ya no poseemos a esa persona, por así decirlo. La separación física no la podemos evitar. Así es la vida y tenemos que aprender a aceptar los hechos por dolorosos que sean. Nuestra vida continuará y solo nos queda aprender a relacionarnos con esa persona de otra manera. Podemos agradecer por el tiempo que estuvo con nosotros en este mundo, por lo que compartimos y aprendimos, las alegrías y las penas. Y, cuando llegue nuestro turno de irnos de este mundo, podemos tener la certeza de que nos volveremos a encontrar, de una manera que no podemos imaginar pero que creemos que será de plenitud absoluta.
Es muy común que quienes han experimentado la muerte de un ser querido desarrollen una conexión profunda con otras personas que han tenido esta experiencia, incluso podemos extrapolar esta conexión a toda la humanidad; sentimos compasión por todos los que han perdido a alguien en este mundo. En el dolor nos conectamos con el verdadero sentido de la vida, con lo esencial y eterno.
Sin duda que el tiempo cura la pena, pero la vida se hace mucho más llevadera cuando tomamos conciencia de que esta vida es temporal y tenemos la esperanza, no, más que eso, la certeza de que en la vida eterna que nos espera volveremos a encontrarnos con quienes amamos.
La no permanencia de lo material no es ni bueno ni malo, es una realidad del mundo material. Cuando lo experimentamos de manera tan brutal con la muerte de un ser querido nos preguntamos ¿Qué es lo que perdimos? Los recuerdos quedan, lo que fue nunca se pierde. Ese es nuestro tesoro. Sentimos pena porque hemos perdido lo que creíamos iba a ser la vida de esa persona. Era un sueño, la ilusión de cómo nos imaginábamos que se iban a dar las cosas, pero sin ninguna certeza de lo que iba a suceder. Es muy posible que nada de lo que nos imaginamos se hubiera dado. En nuestra imaginación nos estábamos adueñando de su futuro.
Desde la perspectiva del sufismo la muerte de alguien cercano no debiera causarnos sufrimiento ya que el alma se ha liberado del cuerpo físico y ha retornado a su origen. Eso es lo mejor que le puede pasar a un ser humano, el estado de unidad con su creador. Pero para los que nos quedamos en este mundo la aceptación de la muerte de una persona querida es difícil y requiere fe. Si de verdad creemos en el más allá no temeremos a la muerte. Si de verdad creemos que hay una vida eterna debemos prepararnos y tener mucha paciencia para sobrellevar esta prueba por la que todos, de una u otra forma, deberemos pasar.
La muerte tiene tres aspectos que nos ayudan a entenderla mejor:
– En primer lugar, se habla de que en esta vida tenemos que aprender a ¨morir antes morir¨. Como lo expresa tan bien Teresa de Ávila: Vivo sin vivir en mí y de tal manera espero, que muero porque no muero. Ella expresa con mucha profundidad el deseo de su alma de volver a unirse con Dios y manifiesta su dolor de vivir en este mundo material. Morir antes de morir es una manera de vivir la vida en este mundo y se refiere a vivir sin apegos por las cosas, de creer que controlamos nuestro destino, de sentirnos importantes y reconocidos por nuestros logros, nuestro nombre y prestigio, en fin, todo aquello que nos ata a este mundo y que nos impide profundizar en el verdadero sentido de nuestras vidas. No significa necesariamente que tenemos que abandonar todo y hacer voto de pobreza, sino que se logra soltando las ataduras de este mundo y, en relación con nuestro tema, soltando el apego a nuestros seres queridos, esa idea errónea de creer que son posesión nuestra. Esa es la raíz de nuestro sufrimiento. No somos dueños de nada y tampoco controlamos nuestro destino y ni el de los demás. El ejercicio de morir antes de morir es lo mejor que podemos hacer para estar preparados cuando nos vayamos de este mundo.
– Otro aspecto de la muerte es el proceso en que muere el cuerpo físico. Esto nos provoca mucho temor y rechazo ya que lo asociamos con un accidente, una enfermedad, dolor físico y sufrimiento. No tenemos idea de cómo va a ser y, en términos del tiempo involucrado y la dificultad del proceso mismo, es un tema mucho menos importante que lo que viene a continuación.
– El tercer aspecto, y definitivamente el más importante, es lo que sucede después que dejamos este mundo. Todas las religiones tienen sus creencias. En nuestra tradición creemos que es en esta vida dónde a aprendemos a ser verdaderos seres humanos y, según nuestras intenciones y acciones, cosecharemos los frutos en la vida siguiente, que es eterna. Al final todo retorna al Creador, pero si bien para unos pocos el proceso puede ser muy llevadero y fácil, para la gran mayoría será muy exigente y largo, lo que es una forma de decir ya que en este proceso los conceptos de tiempo y espacio no los entendemos. Pero si en esta vida hemos hecho el ejercicio de morir antes de morir, el paso será más fácil que para una persona muy apegada al mundo. Depende de cada uno y, si bien nadie ha vuelto para contarnos detalles, hay información que nos indica que vale la pena hacer el esfuerzo para evitar lo más posible las tribulaciones del paso de esta vida al estado de unidad con el Creador.
Sin duda que recordar la muerte es una importante lección de vida. Cuentan de un hombre que sufría porque sentía que tenía el corazón endurecido. Pregunta a su maestro que puede hacer y él le dice que tiene el corazón duro porque está muy apegado al mundo y alejado de sus sentimientos. Para superar esta enfermedad del alma le recomienda hacer lo siguiente: ¨visita a los enfermos, anda a los funerales y visita los cementerios¨. El hombre obedece, vuelve después de un tiempo y le dice a su maestro que hizo lo que le pidió, pero no sintió nada. El maestro le pregunta: ¨Cuando visitaste a los enfermos, ¿fuiste como los médicos que en sus visitas rutinarias verifican que los signos vitales estén en orden o fuiste empático con el enfermo, sentiste su sufrimiento y trataste de consolarlo? Cuando fuiste al funeral, ¿estuviste parado frente al féretro sin sentir nada o pensaste en el dolor de la persona fallecida al dejar este mundo y el de su familia que lloraban su perdida? Si visitaste el cementerio, ¿caminaste apurado entremedio de las tumbas o sentiste compasión por las personas enterradas, su soledad y sus miedos? El hombre al escuchar esto entendió, hizo lo que su maestro le dijo y no tardó mucho en abrir su corazón.
Recordar la muerte puede ser duro, pero en el fondo es un acto de compasión con nosotros mismos ya que nos abre el corazón y nos incita a buscar la unidad con el Creador.
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